Mi vida, pensamientos y pareceres

Saturday, August 08, 2009

Mi vida con el mejor perro



Esta historia comienza una fría mañana de domingo, cuando nos disponíamos a ir a misa, cuando nuestra mascota de ese entonces, Bimbi, un pequeño y lindo hamster murió por deshidratación. Al tiempo quisimos reemplazarlo, por lo que decidimos buscar otro. Gracias a un amigo de mi mamá que nos puso en contacto con un amigo suyo, el cual tenía una granja de roedores, pudimos dar con algo que no esperábamos.



Este criador de roedores tenía algo que no “cuadraba” con su negocio. Se trataba de un perrito cocker, que según él tenía 6 meses, le había recortado el pelo y se llamaba Rusty. Nos lo ofreció en 10.000 colones (el 22 de junio de 1996).



Apenas lo vimos, se nos tiró encima, saludándonos. Mami estaba muy recelosa de comprar un perro, habiámos intentado tener varios, pero ninguno nos duró como nos había durado la Chihuahua (sí, así se llamaba mi primera perra) que había estado con nosotros 4 años. Aún me acuerdo cuando le decíamos a mi mamá que comprar un perro no era un gasto, sino una inversión. Honestamente creo que hasta Rusty hizo fuerza mental para que nos lo trajéramos con nosotros... y así fue! (Nos lo dijo con la mirada)



Desde el primer día notamos que ese señor no era realmente el dueño, además, no se llamaba Rusty, porque no respondía a ese nombre, pero en fin, se lo dejamos así. Lo trajimos en bus desde Grecia, tuvimos que hablar con el chofer para que nos lo dejara traer, incluso lo metimos en un bulto hecho de tela que casualmente llevábamos (habiendo reubicado su contenido). El viaje fue muy sereno y Rusty venía bastante tranquilo. Al llegar al Paseo Colón, pudimos por primera vez sentir como jalaba este perro con la correa, era el más fuerte que habíamos tenido. Conseguimos un taxista que muy amable nos trajo con perro y todo a la casa. Desde ese momento nos dimos cuenta que estaba acostumbrado a andar en carro porque apenas le habrían la puerta de un carro (en este caso del taxi) se subió como si fuera lo más natural. Además de todo lo mencionado, nos dimos cuenta que estaba bien educado, siempre hacía sus necesidades en el zacate y era muy obediente en todo lo que pasaba y que se le decía



Sus inicios



Cuando llegó, Imelda se enamoró del perrito nuevo, empezó a explorar la casa y sacó a mami de su eterna duda, ella creyó que era mudo! Aún mami no se acuerda de este incidente, porque ladró sólo dos veces persiguiendo a Imel por la cocina, en un piso de mosaico.



Luego de esto, mami y yo fuimos al Periféricos de San Fco. Que estaba a la par de El Eléctrico, para comprar comida, champú y jabón para perros y otras cosas que no teníamos. Imelda se quedó en casa alistándole una camita al nuevo miembro de la familia. Mami iba tan contenta (aunque no lo admita del todo) que dejó las llaves pegadas en el portón y nos dimos cuenta hasta que volvimos del supermercado.



Le pusimos la camita que hizo Imelda en la terraza y nos dimos cuenta que no le gustaba mucho que digamos el Super Perro. Sí tomaba mucha agua y con toda la ilusión del mundo, nuestro perrito, que había llegado para acompañarnos por una larga temporada, se despidió de nosotros de mala gana esa primera noche.



Su segundo día casi me parte el corazón, no había tenido la confianza por así decirlo para entrar en su camita, sino que había pasado la noche a la par del tubo que da al jardín, cuando abrí la puerta en la mañana para ver como estaba, estaba tiritando de frío y me volvió a ver con unos ojos que pedían a gritos un poco de piedad para poderse calentar. Siempre fue muy noble hasta para dejar de usar las cosas así, al inicio. Por esa razón fue que decidimos llevarlo alzado a su cama para desearle las buenas noches, misma costumbre que perduró por más de un año.



Los juegos



Su carácter y su espíritu joven acompañaban a Rusty todo el tiempo, estaba jugando por aquí, corriendo por allá. Le gustaba perseguir las bolas de tenis y luego de traerlas de vuelta, nunca las devolvía. Cuando jugábamos con el hula hula, lo poníamos a saltar por el aro y lo hacía de buena gana. Si por casualidad se lo poníamos muy alto, entonces él pasaba por debajo agachándose un poco, siempre fue muy vivo.



Pero de todos sus juguetes, lo que siempre prefirió fueron los huesos de piel de vaca que se venden en las veterinarias, los agarraba con tanto empeño, era increíble ver como se tiraba boca arriba y con las patas delanteras él sostenía ese hueso y lo mordía y lo mordía hasta que terminaba por comérselo entero. Aún recuerdo como defendía ese hueso de una manera tan linda.



Dejad que los niños se alejen de mí



Había pocas cosas que molestaran a Rusty, salvo los niños muy pequeños. De esos que son traviesos y desean molestar y que al jugar con un perro realmente lo molestan. Bueno, con Rusty pasaron varios de estos. Sin embargo su carácter noble se impuso ante todo. Cuando era terriblemente molestado lo que hacía era simplemente buscar a un miembro de la familia para acercarse y darnos las quejas con los ojos.



Esa mirada era algo así como no respondo por lo que pueda pasar, no saben tratarme como me lo merezco. Siempre fue noble, el perrito más noble del mundo, a veces si un perro es molestado, sólo así es que se logra que ladre o haga ademán de morder, pero no Rusty, su personalidad era completamente distinta, tenía mucho corazón y mucha paciencia con todo y con todos.



Mi salario por favor



Rusty tuvo un empleo aquí por muchos años. Él era el encargado de traer el periódico desde donde lo dejara el repartidor hasta la casa, ya sea en el felpudo de la entrada o en su camita o en la sala de tele. Algunas veces se lo llevaba a una planta de violetas que la tenía de alfombra y se echaba encima. Era tan eficiente en su trabajo que además de haberse auto-empleado (nadie le enseñó a hacerlo) había ideado una manera de poder llevar el periódico a través del portón, inclinando la cabeza y ayudándose con la patita derecha para mover el periódico a través de la reja y así poder pasar el portón y completar su trabajo.



Pero ahí no termina la historia, al inicio como vimos que llevaba el periódico, le dábamos un premio, por lo general en galletas caseras o las Milk Bone (únicas galletas de perro que le gustaban) sin embargo, ya con el tiempo, ni siquiera dejaba que alguien se acercara al periódico hasta que llegara con galleta en mano para darle su merecido premio.



Recuerdo un día en que un fontanero vino a arreglar una llave de la pila y yo vi que mi perrito había conseguido, una vez más llevar el periódico hasta el felpudo. Cuando pasé de vuelta, (luego de abrir al fontanero), oí un fuerte ladrido. Entonces lo regañé, que le había ladrado al señor, le di las galletas y recogí el periódico. Entonces el fontanero me dijo: “esas galletas se las dio por el periódioco?” a lo que respondí: “Sí, así es él”. Y entonces se aclaró todo: “Ah!, es que me ladró porque quise quitarle el periódico para traerlo para dentro”.





Y es que no había manera, no había día que no se levantara por el periódico, apenas oía la moto (o una moto cualquiera), salía corriendo a ladrarle primero y luego a ver si estaba el periódico en alguna parte, lo buscaba y una vez que lo encontraba, ya sabía lo que tenía que hacer.



No me dejen solo



Rusty tuvo una faceta de destrucción. Aunque parezca mentira, pero así fue. Cuando quedaba solo, teníamos que encerrarlo en el patio de atrás (ahora que lo pienso lo considero completamente innecesario, recientemente nunca se hizo así, todo fue por la alarma). Pero si había algo que le gustara a Rusty era estar dentro de la casa. Por eso es que aruñaba la puerta en un intento por pasar.



Lo otro que hizo este perrito fue dos cosas, en la cocina había unas celosías muy altas, pero desde donde al lavar los platos podíamos ver hacia afuera. Resulta que Rusty para llamar la atención, se subía a la cama de él y empezaba a mover las celosías para que lo acariciáramos desde la cocina. Logrando muy bien su cometido, le tomó confianza y una vez desprendió dos celosías que cayeron al suelo partiéndose en mil pedazos, luego de eso, fue más fácil acariciarlo sin las celosías de abajo de esa ventana.



Quizá el más llamativo de los alcances de Rusty, fue cuando pudo desprender dos celosías de la sala, sin romperlas, todo con el afán de entrar a la casa. Realmente aún no sabemos como hizo, pero un ladrón hubiera hecho algo distinto que quitar dos celosías y luego huir. Todo eso sólo se lo podemos atribuir a un perro que ya tenía experiencia en safar celosías.



De hecho, hizo tan buen trabajo que hizo un agujero enorme en la puerta. Realmente sólo por su noble corazón, fue que mami se lo perdonó, cualquier otro perro habría perdido su vida en Naranjo. Luego de eso, arreglamos la puerta con una lámina metálica que lo que hizo fue que ya Rusty no pudiera hacerle más daño.



Aún recuerdo la primera vez que aruñó la puerta. En esa época siempre decíamos que los perros querían más a mami, luego a mí y luego a Imelda. Ese día yo hablé con Rusty y le dije que quisiera mucho a Imelda, porque ella sí que lo quería a él. Para que mami no se enojara con él por haber aruñado la puerta, buscó en la bodega un tarrito de pintura blanca y pintó la parte de la puerta que había sido aruñada. En esos momentos yo estaba hablando con Rusty sobre eso.



Parece mentira pero si algo hizo ese perrito fue que nunca quiso a nadie más que a otro. Siempre nos quiso a todos, por igual, como si fuéramos todos importantes para él. Siempre supo “repartirse” entre todos quienes estábamos ahí junto a él.



El viaje a Naranjo



Hubo una vez que lo llevamos donde abuela y abuelo (antes de que fallecieran). Le gustó mucho Naranjo, nunca volvió porque mami sentenció que si iba de nuevo, se quedaba ahí. Rusty ahí no pudo robarse el corazón de las personas, porque ahí él era “sólo un perro” sin embargo, eso no impidió que anduviera corriendo por todo lado, en medio de cafetales, por la cuadra.



Sus pelos que siempre lo acompañaban, quedaron ahí un gran tiempo. De hecho, por eso fue que mi abuela lo recordaría por mucho tiempo.



Ayayayay Sáquenme de aquí



Si había algo que hiciera que Rusty se pusiera asustado siempre fueron las tormentas eléctricas. El ruido de los truenos, lo hacía temblar, siempre buscaba la compañía más próxima de un ser humano que esté presente. Una vez que había conseguido estar cerca de alguien durante la tormenta, seguía temblando, pero a lo sumo lo que hacía era buscar un poco de refugio, entre las piernas de nosotros o a veces si estábamos sentados, debajo de la silla, como buscando un poco de protección.



Por otro lado, al igual que los truenos, las bombetas en general, juegos de pólvora, incluso los de Zapote, que tenían una distancia razonable, tenían el mismo efecto. De ahí que a Rusty no le gustaba para nada el fin y principio de año, sino que más bien lo odiaba, primero lo despertaban y luego eran para hacerlo temblar. Eso elevaba mucho su nivel de estrés. Sin embargo nunca se quejó, nunca lloró ni hizo escándalo alguno.



Si he de confesar que a pesar de que les tenía pavor a todo este tipo de ruidos fuertes, a mi perro siempre lo caracterizó una forma muy noble de ser. Nunca hizo desastres ni “hacía loco” por este tipo de situaciones como ya dije, tan sólo nos pedía un poquito de compañía y una mano que le acariciara la cabeza mientras pasaba el mal rato. ¿Cuántos perros así existen?



Fugaditas de película



De vez en cuando nos dábamos cuenta que se nos perdía, se desaparecía nuestro perro. Luego lo veíamos del otro lado de la malla exterior. ¡Había salido a la calle! Era totalmente imposible aquello, primero la malla estaba cerrada y luego no había espacio para que un perro de su tamaño pasara. Con el tiempo nos dimos cuenta que lo que hacía era aprovechar su gran contextura física (tenía una condición envidiable, una gran musculatura y hasta el veterinario nos dijo que era delgado y puro músculo), saltando a la reja del vecino y luego salía a la calle a darse una vuelta y a pasearse. Realmente nunca supimos donde iba a parar en todo ese tiempo, que le gustaba hacer o con quien se metía. Sólo sé que un día llegó con un amigo a la casa, Rusty se quedó ahí y el amigo se fue.



Fue ahí que nos obligó a poner un cedazo para evitar que se saliera a la calle aún con el recuerdo de la Chihuahua que había muerto atropellada, definitivamente no quería la misma suerte para otro de mis perritos. Pero si algo aprendimos es que Rusty siempre regresaba, no importaba lo que pasara, él sabía donde era su casa y tuvo la oportunidad de demostrarlo en el 98 de la manera más fuerte y cruda posible.



El accidente



Nosotros acostumbrábamos pasearlo sin correa, siempre estaba cerca de nosotros y las calles las pasaba corriendo. ¿Qué peligro podría haber? Resulta que Rusty amaba mucho pelear con otros perros, le costaba mucho retenerse. Pues bien, un día, estaban paseándolo Imel, mami y Marco, yo estaba jugando ajedrez, cuando según me contaron, Rusty vio un Chow Chow, por lo que fue a donde él estaba. Cuando venía de regreso, porque lo llamaron, cruzó sin ver bien a ambos lados, y venía un carro, el golpe fue muy fuerte, todos lloraron y Rusty salió corriendo como una bala.



Marquinos había creído que el golpe había sido definitivo y que si no había muerto ahí mismo fue porque había entrado en shock y eso que uno obtiene fuerzas de no se sabe donde antes de morir. En principio creyeron que Rusty había ido a buscar un lugar donde morir y quedarse ahí, luego de tal lesión. (Como nota aparte: El dueño del carro ni se inmutó en parar y siguió).



Marquinos hasta había ofrecido echarlo en su camisa para luego irlo a enterrar, un gesto que agradezco mucho de su parte, él siempre quiso a Rusty y Rusty siempre se alegró mucho de verlo a él cada vez que lo que veía. Lo buscaron un buen rato de donde podría estar. Una pareja que iba en pick up les ayudó a buscar a Rusty porque vieron que la familia estaba muy desesperada. Luego como última instancia, les trajeron a la casa. Ahí fue que lo encontraron, se necesitaba mucho más que un chofer ingrato y un carro para acabar con la vida de un precioso perro. Estaba enfrente de la casa, sin poder dejar de temblar, en estado de shock buscando protección.



Ese día en la noche cuando llegué de ajedrez, me enteré de todo lo sucedido, Imelda no paraba de llorar, me dijeron que Rusty estaba sedado en la clínica veterinaria, donde había quedado en observación para ver si habían habido hemorragias internas. Como ya dije, Rusty pudo más que un carro y no se dio por vencido, sino que siguió viviendo para acompañarnos y seguir haciendo historia con nosotros. La única repercusión visible de esto fue una herida en su oreja derecha, que siendo un cocker, pues la disimulaba muy bien.



Pero esa vez Rusty nos demostró que realmente nos amaba y sentía suya nuestra casa:



“Si amas algo, déjalo libre, si regresa es tuyo, si no, nunca lo fue”. Pues bien, aquí siempre estuvo Rusty y aunque tuvo la oportunidad de partir, no lo hizo, sino que volvía y volvía cada vez.



Mis hobbies



Algo que le gustaba mucho hacer era saltar sobre la jardinera, para que le hicieran cariño desde dentro de la casa, a través de las celosías, ahí se echaba y cuando uno lo dejaba de acariciar, se tiraba al suelo, salía corriendo veloz veloz y llegaba al cuarto en que lo estaban acariciando para que siguieran acariciándolo.



Otra cosa que le fascinaba fue subirse al lavatorio del baño para que le dieran agua fresca, ahí el tomaba el agua que caía del tubo, una vez cerrada la salida del agua. Había que esperar a que estuviera a la altura en que le llegaba el hocico y entonces se quedaba tomando agua.



Mi mamá siempre le tenía la tarjeta de vacunas junto con las nuestras, como un hijo más, y mami era la encargada de llevarlo a la veterinaria cada vez que algo se presentaba o le tocaban las vacunas.



Algo que hizo una sola vez fue comer comida de un plato servido en una mesa. Estaba yo comiéndome un arroz frito chino en mi pupitre cuando de repente oigo el portón, luego de regresar, me doy cuenta que Rusty está apoyado con las patas delanteras en la silla y comiendo con toda confianza del plato que yo estaba comiendo. Lo regañé y nunca más lo volvió a hacer. Aún así, le regalé ese arroz a Rusty y se lo comió muy contento.



Otra ocasión divertida fue cuando fuimos a Europa, desde ahí le trajimos comida de perro de allá. Fue una de las veces que he visto a Rusty comer muy feliz y contento. Rusty estaba tan contento con aquella comida, aún recuerdo cuando le abrimos las latas.



Si había un momento del día en que Rusty corría para hacer algo altamente divertido, fue cuando mami venía del trabajo y le decía: “Sobrito, sobrito, sobrito, sobrito”. Se trataba de unos sobros de comida, por lo general pellejos de bistec que le habián sobrado del trabajo. Apenas nuestro perro escuchaba esas palabras salía corriendo a buscar ese pequeño detalle que tanto le gustaba.



Otro momento clásico de Rusty era cuando lo iban a bañar, se quería escapar siempre de ese suplicio y se ponía a esconderse. A veces mami lo molestaba diciéndole que se iba a bañar, pero luego le decía, ay no, mentiritas mentiritas y entonces él se ponía a ladrar de contento y saltaba para jugar con mami que lo estaba molestando.



Rusty y las emociones



Como he dicho, Rusty siempre estaba ahí presente para nosotros cuando lo necesitáramos. Si estábamos corriendo porque yo le iba a hacer cosquillas a alguien, entonces él se ponía a ladrar por todos lados persiguiéndonos. Si uno estaba alegre, él también se ponía alegre y pegaba pequeños brincos de alegría, por otra parte, si uno estaba triste él siempre sabía que uno necesitaba un poco de cariño más calmado y suave, uno necesitaba ser consolado. Finalmente si él se había jalado una torta, era el primero en agachar la cabeza.



Una anécdota fue cuando se puso a escarbar la basura. En esa oportunidad nadie lo vio hacerlo, cuando lo pillé, lo llamé: “Rusty, Rusty” y él como siempre venía todo contento, y cuando me vio donde estaba parado hasta que pegó un frenazo y empezó a agarrar un ritmo muy lento para caminar, sabiendo que había obrado mal. Lo mismo ocurría cuando mami le reclamaba que se había orinado en las sillas de hierro de la terraza o que se había orinado en la viga de afuera que era parte del portón. Siempre supo que había hecho mal y agachaba la cabeza y ponía sus ojitos de pedir perdón.



Pero quizá lo más anecdótico de todo es como se comportaba Rusty cuando uno estaba triste. En su última noche con vida, Imelda estaba llorando porque tenía miedo de perderlo, entonces Rusty sin chistar se quedó con ella para consolarla. Luego de esto vomitó y sabía que eso era una torta, así que se agachó y esperó que se le reprendiera, pero esta vez era diferente, esta vez, él tenía todo el permiso del mundo para hacerlo. Fue tímidamente donde mami para que le hicieran cariño por todo eso. Imelda limpió la vomitada (que era de miel de abeja) y tranquilizó a mi perro, quien se dedicó a consolarla, siempre un perro noble, hasta el último día de su vida.





El llanto sin razón



A los siete años de tenerlo, nos llevamos una sorpresa, de la nada, lloraba mi perro, al moverse, por moverse lloraba. Nos costó darnos cuenta de esto, pero según el veterinario, se trataba de artritis, por eso a Rusty empezó a disgustarle los días fríos, estos eran incómodos para su padecimiento.



Pues bien, todo esto, nos llevó a confirmar una vez más lo noble, leal y aplicado que fue este perrito, cuando había tormenta y hacía frío, Rusty no dudaba en salir al patio, a mojarse todo y tal vez sin gustarle mucho que digamos, hacía sus necesidades afuera, como siempre las había hecho. Luego, salía corriendo a avisarnos de su hazaña, donde nosotros mismos se lo reconocíamos y se lo apreciábamos que fuera tan pero tan lindo en el cumplimiento de su rol en la casa.



Siempre Rusty fue un miembro más de la casa, una persona con iguales derechos, sólo le faltaba hablar aunque siempre se comunicaba con la mirada de manera muy sincera y directa.



La cría



En una ocasión, gracias a Ángela, pudimos encontrar una cocker que estaba en celo, fue increíble que el día en que la conoció la “premió”. De los cachorros que nacieron, nunca supimos nada. Mami siempre le dijo a Rusty que había sido un mal padre. Sé que fueron colocados en diversas casas, espero que estén bien y que hayan sido como su padre.



Luego de esto, un día fuimos a conocer a la que sería la madre de los hijos de Rusty y les tomamos todo un minialbum de fotos a los dos. Se ven tan perrunos que espero que los hijos hayan sido así de perrunos también.



Los cambios y las remodelaciones



Rusty siempre estuvo presente, viviendo paso a paso cada cosa que aconteciera en la casa. A lo largo de su estancia aquí con nosotros, la casa sufrió varias remodelaciones. La primera que vivió nuestro querido perro fue cuando cambiamos el piso de mosaico y pusimos piso de vinil. Sobra decir que cuando pusieron algunos rollos en el piso de la cochera, Rusty fue el primero que sin dudar, agarró su pedacito de piso y lo tomó para ir a morder el hueso de turno. De fijo lo sentía más suave y más caliente que el piso de la terraza.



Luego de esto, vinieron las piedras laja, igual, Rusty andaba de metiche, participando en todo, siguiendo a Hegan (así se llamaba el albañil) y orinando las piedras laja. En otra ocasión simplemente llegaba lleno de polvo y materiales de construcción.



El segundo cambio de piso también lo vivió, cambiamos el piso de madera y de vinil por cerámica. Creo que a Rusty no le gustó tanto este cambio como el de vinil, aún así, siempre participó sin chistar de las actividades, acompañó a Hegan y seguía paso a paso la evolución de todo lo que pasaba, como siempre lo caracterizó su espíritu chepito, tenía toda la mirada atenta a lo que aconteciera, ya los trabajadores lo conocían y hablaban de él. Esta construcción en particular le costó un poquito caro a Rusty, los trabajadores perdieron su traje, la ropita que se le ponía para cuando el día estaba muy frío.



Finalmente, lo último que hicimos fue poner ocre en los pisos de la terraza, el patio, la cochera y la entrada de la casa. En esta oportunidad la consecuencia directa del trabajo, fue que Rusty se pusiera un poco rojo, quedó rojo por un buen tiempo. Siempre se seguía echando en esas zonas, por lo que estuvo bien rojito.



El paseo de los viernes



Durante casi tres años, hubo un paseo obligado de mi perrito y yo. Se trataba de ir al correo por la correspondencia. Lo sacaba en la tarde, cuando veníamos del colegio. Él ya sabía y aunque se sabía la ruta de memoria, le encantaba poder hacer un viaje como ese. Siempre era una contentera cuando oía el sonido de la cadena, salía corriendo haciendo un gran escándalo por su salida.



En este momento sólo recuerdo de una vez en que lo defraudé, salí de la casa y estaba en la cochera con él cuando oigo que se cierra la puerta, en el mismo instante en que me daba cuenta que no tenía las llaves conmigo. Entonces, al verme encerrado en la cochera, pues ni podía salir al correo ni podía entrar por las llaves, no tuve más remedio que quitarle la correa y la cadena a Rusty.



Su actitud cambió, de la alegría extrema que siempre lo caracterizó a una actitud donde me ladraba de manera casi de reclamo, no eran ladridos fuertes, sino que salía corriendo hacia el portón y hacia la puerta como reclamando que a él le tocaba salir, quería salir y estaba luchando por su deseo de salir. Sin embargo, Rusty, se calmó, pareció darse cuenta de la situación y se quedó dando vueltas por la cochera y por el patio exterior. De repente se puso muy contento porque escuchó unos pasos familiares y se paró en dos patas para recibir a quien sin saberlo, también me iba a liberar a mí. Así finalmente mami nos abrió y pudimos ir al correo.



Mi casa es mía



Rusty siempre fue muy claro en una cosa, él quería a todos los seres humanos, era chineado con todos (exceptuando a los chiquitos que lo maltrataban, sin embargo nunca atacó a nadie), sin embargo era súper territorial con otros perros. Lo que él siempre hizo fue ladrarle muchísimo a cuanto perro grande viera. Rusty ni se inmutaba con perros pequeños.



Esta actitud lo llevó a enfrentarse con perros grandes. En dos ocasiones mientras lo paseaba, se peleó con otros perros. La primera vez fue una victoria absoluta de mi Rusty contra otro perro mucho más grande y fuerte que él... pero no más ágil! Se trataba de un perro que tenía un hocico enorme, Rusty lo esquivó y se le guindó del “hombro” mordiendo con fuerza y evitando ser alcanzado por su hocico. Realmente me sorprendió que el otro perro, más grande y demás, saliera corriendo a meterse en su casa, teniendo “todas las de ganar” Rusty pudo darle vuelta a la tortilla.



En otra ocasión esta vez, Rusty se le pasó la mano, se enfrentó a un Pitbull que venía directo a morderlo, en esta oportunidad Rusty ya estaba un poco mayor y su adversario se veía bastante joven. Para nuestra fortuna, el dueño del perro salió corriendo y con ayuda de su hijo, lograron contenerlo de manera que no pasó nada. ¡Qué perrito tan peleón!



Finalmente, en la casa, él era el único perro predominante. En una ocasión, vino Adonis, el perro chihuahua de Ángela. En esa ocasión, fue increíble lo territorial que resultó ser Rusty, apenas lo vió le gruñó de tal manera. Tuvimos que guardarlo para que no se fuera a comer al pobre chihuahua que no implicaba mayor reto para él. Rusty en esa ocasión nos dijo que él era el amo y señor de esta casa en materia canina y no estaba dispuesto a permitir que otro perro macho compartiera su espacio. Se trataba de él y sólo él, suya y sólo suya.

Aún me acuerdo de mí defendiendo la bravura de Rusty, porque fue sólo en esta casa, hacía un tiempo, él habìa ido a visitar a Ángela en su casa y ya en ese momento había conocido a Adonis, sin embargo en esa oportunidad se mostró muy amistoso con el cachorro. Lo interesante fue que defendió la casa que consideraba suya de un modo convincente.





Yo, cazador



Siempre había escuchado que los Cocker son perros de cacería. Sin embargo Rusty no tenía esa actitud, me acuerdo que si mami gritaba al ver un sapo, entonces Rusty se ponía a temblar de forma repetitiva y casi crónica.



Esta imagen se desvaneció cuando nos dimos cuenta que cazaba lagartijas. En la tapia de mi casa, siempre han habido lagartijas que salen a tomar el sol para calentarse. La mayoría de las veces lo hacen a una altura considerable, donde mi perrito jamás hubiera llegado. Sin embargo, mi perro, con una paciencia encomiable, se sentaba viendo para la tapia todo el tiempo que fuera necesario hasta que consideraba que la presa estaba a una altura alcanzable, en ese momento, salía corriendo a toda velocidad para ver si la alcanzaba. Incluso, cuando se metían por el costado de la tapia donde se escondían Rusty salía corriendo para el frente de la casa, creyendo que iban a salir al otro lado.



La mayoría de estos intentos fueron intentos perdidos, sin embargo, hubo dos veces en particular donde Rusty demostró sus habilidades que no fueron muy bien vistas por las personas de mi casa. Una vez, una mañana de vacaciones escolares vemos que Rusty pasa hacia los cuartos, como hacía normalmente, pero vemos además que se pone a perseguir algo en el cuarto de Imelda. Cuando nos dimos cuenta que lo que perseguía era una lagartija. La carrera que nos dio esa lagartija para sacarla de la casa fue monumental.



En otra ocasión, un domingo, Rusty tuvo la gran gracia de llevarle una lagartija viva a los pies de mami. Fue tanto el alboroto y los gritos, que Rusty se puso a temblar sin dudarlo como arrepentido. Desde entonces nunca le volvió a llevar ninguna presa, sin embargo mantuvo su costumbre de hacer intentos de caza.



Mis carreras y mis estudiadas (Mis segundas profesiones)

Otra cosa que siempre tuvimos como algo normal es que Rusty siempre estaba con nosotros cuando lo necesitábamos o no. Así cuando yo tenía palmadas con mis compañeros del TEC, él estaba ahí con nosotros en la computadora. Luego, cuando Imelda era la que estaba estudiando en las noches, era Rusty quien estaba ahí con ella. Se podría decir que era casi un bachiller en computación y un médico honoris causa. Se tragó para si, todo el esfuerzo que hicimos nosotros.



Otra cosa que siempre tuvo es que daba apoyo moral, cuando mami estaba limpiando la casa o haciendo el aseo en general, entonces Rusty iba acompañándola viéndola, ayudándola si se puede decir así, dándole el apoyo moral que tanto necesitaba y que constituía en si mismo todo lo que un perro podría brindar. Ese apoyo moral fue algo que nunca faltó por parte de Rusty y como señalo en todas las posibles áreas en donde pudo haber apoyado.

Vamos de viaje

Rusty gustaba mucho de andar en carro, su última noche por dicha le pudimos complacer un poco en este aspecto. Se trataba de un punto en el que tal vez sólo hacia el final de sus días pudimos complacerlo, cuando ya Ime aprendió a manejar. Aprovechamos toda esta situación para que Rusty nos acompañara a Orotina y conociera la casa nueva.



A Rusty realmente no le gustó ni el calor, ni el mar. Siempre buscaba agua y ponerse a la sombra y si le era posible, moverse al mínimo posible para no entrar en calor. Ya para este momento Rusty estaba algo viejito por lo que tampoco corrió mucho ni aprovechó para revolcarse en el pasto como si hacía cuando iba al parque o en la casa, en el jardín.



Como perdonando el viento



Los últimos días de Rusty ya se notaba un gran cambio en el perrito dinámico que siempre conocimos, esta vez era un perro que nos acompañaba, y pedía comida cuando estábamos en la cocina. Sin embargo, la mayor parte del tiempo se la pasaba durmiendo.



Ahora rara vez salía a recibirnos porque no nos escuchaba llegar, estábamos perdiendo el oído. También notamos como ya no saltaba sobre las camas, ni sobre la de Imelda que era la más baja. Para Rusty subir las gradas era un verdadero castigo, siempre lo hizo, hasta en su penúltima noche con vida, para ir a saludarme. Ahora me duele mucho, pero mucho cuando recuerdo que por estar ocupado no le daba la atención que se merecía. Luego cansado de pedirme que le diera pelota o de darme un mensaje (a veces avisaba que había alguien afuera, pero como no hablaba no le entendía), entonces bajaba y yo le oía caer por las gradas porque ya le dolía mucho caminar.



El viaje llega a su fin



Su rutina final fue muy triste. Estaba haciendo sus necesidades como de costumbre en el zacate. Sin embargo, esta vez fue diferente, esta vez no pudo sostenerse y se cayó. Sin poder levantarse nos asustamos y llamamos al veterinario de emergencia. Por alguna razón aunque todos lo negáramos sabíamos que esa iba a ser la última noche de Rusty. En la veterinaria le pusieron una inyección con esteroides para que se recuperara, además anti-inflamatorios y algo para el dolor. Como siempre, fue el mejor perro, ni se inmutó con las inyecciones, no ladró ni nada.



Pareció estar mejor, salió caminando de la clínica y entonces pudo con un poco de asistencia subirse al carro. Pasó la noche durmiendo en el cuarto de mami, en las esquinas donde siempre le había gustado estar (era un perro que no le gustaba molestar, por lo que siempre agarraba las esquinas). Sería una mentira decir que habíamos dormido algo esa noche. Yo me alejé, era muy doloroso para mí, enfrentarlo era más duro que tomar una decisión muy cobarde. Al día siguiente antes de ir a dar clase al cole, me despedí de él, tal vez no de la manera en que debí de haberlo hecho, en vida.



Para las once de la mañana mi perrito había pasado a mejor vida. Me contó Ime que le pusieron dos inyecciones y que se bajó estando bien. De repente se desvaneció estando ya en el piso, de inmediato lo subieron a la mesa y ahí se obró y se orinó, algo que en vida nunca había hecho en un lugar así. Había sufrido un serio daño en la columna vertebral.



Me cuenta Ime que lo tuvo que dejar una hora en observación, cuando regresó, tenía que tomar la terrible decisión de ponerlo a dormir o dejarlo vivir. Estaba muy mal, con la lengua morada, le costaba mucho respirar y a pesar de todo, estaba muy tranquilo. “Hasta para morir fue noble”, fueron las palabras de mami. Imelda desesperada llamó a todo el mundo para ver que hacía, sin embargo ninguno tenía señal en ese momento. Entonces ella, con mucha bravura y mucha valentía, tomó la decisión final. Rusty se nos fue una mañana del 5 de agosto de 2009. Pero su espíritu sigue con nosotros. Para su funeral vinieron Kattia e Ibrahín. Hicimos un hueco profundo en el patio y lo enterramos ahí. Imelda fue la responsable de poner su cuerpo en el fondo de la fosa y yo tomé la pala para cubrir su cuerpo, que parecía dormido con tierra.



Adiós mi Rusty, adiós mi perro, fuise el mejor de todos por muchos años, el mejor compañero, el mejor amigo y el mejor miembro de esta familia, a quien nunca pediste nada más allá de lo mínimo y por quien siempre estuviste dispuesto a compartir tu tiempo. Siempre mostraste la mayor de las alegrías cuando nos veías llegar aún cuando no nos habías sentido llegar.



Este texto es para ti, porque siempre has sido leal, noble, sincero, amable, perruno... ¡Qué perro más perruno! Agradezco a Dios por todos los años que te tuvimos y por todos los momentos que pudimos compartir. Quiero perdirte perdón por cualquier falla que pudiera tener como amo, pero quiero que sepas que tú vas a estar ahí donde esté yo, porque eres parte importante del proceso de cambio y maduración que tuve en estos años.



¡Gracias por decidir ser mi perro!